Historia

La Casa Argentina de París ha contado desde su fundación en 1928 con una valiosa biblioteca a la cual, curiosamente, nunca se le dio nombre. Paulatinamente, allí se fueron incorporando obras –tanto libros como revistas científicas– de un gran valor literario e histórico que, para el contexto intelectual que rigió hasta los años 1960, hizo de ella uno de los espacios bibliográficos en lengua castellana más peculiares de París.

En primer lugar, se conservan varios volúmenes de dos colecciones populares, pioneras en la difusión de la literatura y cultura argentinas que ofrecían, sin embargo, dos maneras contrapuestas de leer el pasado nacional y construir la noción de “clásico” argentino: la “Biblioteca Argentina” dirigida por Ricardo Rojas (1915-1928) y “La Cultura Argentina” por José Ingenieros (1915-1925). Pese a sus diferencias, ambas confluyeron en un objetivo que también haría suyo la Casa Argentina de París: garantizar un nuevo tipo de acceso a la cultura que franqueara los límites del mero círculo elitista. Por otro lado, la biblioteca conserva diversas ediciones princeps de obras de grandes escritores argentinos como Leopoldo Lugones, Alberto Girri, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea y Ezequiel Martínez Estrada y entre las cuales cabe destacar la edición del Evaristo Carriego de Jorge Luis Borges –publicada por la editorial de Manuel Gleizer en 1930– y la de Los dueños de la tierra de David Viñas, publicada por Losada en 1959. Dos importantes archivos documentales de historia argentina que aún son fuente de consulta forman parte de la biblioteca: Asambleas Constituyentes Argentinas (1937-1939) –dirigidas y anotadas por Emilio Ravignani– y Biblioteca de Mayo publicada por el Senado de la Nación entre 1960 y 1974. De la importante bibliografía sarmientina que la biblioteca logró preservar podemos mencionar tres ejemplares particularmente valiosos: la legendaria edición crítica del Facundo –prologada y anotada por Alberto Palcos y publicada en 1938 por la Universidad Nacional de La Plata– y dos notables traducciones francesas: Souvenirs de province y Facundo. La primera data de 1955 y cuenta con una introducción del gran hispanista francés Marcel Bataillon quien, a su vez, es el traductor del Facundo. Conservamos de esta última obra la segunda edición de 1964 (la primera se publicó en 1934) y que apareció en la prestigiosa colección de L’Herne. Los célebres Cuadernos de Historia de España creados por el historiador español Claudio Sánchez Albornoz en Argentina y publicados por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires desde 1944 también componen el acervo de la biblioteca. Del mismo modo, lo hacen muchos de los ejemplares donados por la casa editorial Sur, fundada en 1933 por Victoria Ocampo dos años después de la revista del mismo nombre. Cabe señalar también la primera edición de Argentina en el callejón de Tulio Halperin Donghi, publicada por la editorial uruguaya Arca en 1964 y donada por la Biblioteca Hugo del Campo la cual también nos ha concedido una serie de números agotados de la revista de ciencias sociales Desarrollo económico. Finalmente, la biblioteca guarda un importante número de obras dedicadas por sus autores, entre las cuales podemos señalar una de Alfredo Palacios (Libertad de prensa, 1935) y varias de o prologadas por el enorme artista plástico argentino Gyula Kosice que tienen hoy un valor incalculable: Peso y medida de Alberto Hidalgo (1953) y la Antología de la poesía madí (1955).

Sin embargo, a partir de la toma de la Casa en 1968 bajo el contexto del Mayo Francés y con el posterior cierre temporario impuesto por el gobierno de facto del Gral. Juan Carlos Onganía, la biblioteca ingresó en una acelerada decadencia de la que ya no pudo recuperarse. Al comparar la primitiva catalogación con los ejemplares que finalmente quedaron en los estantes, encontramos, en varias ocasiones, muchos de los vacíos que dejaron las sucesivas dictaduras. En todo caso, de los tres elementos básicos que suelen definir toda biblioteca –colección, organización y disponibilidad–, diremos que el primero estuvo signado por un afán meramente acumulativo exento de todo criterio, el segundo por la dispersión, el pillaje o el deterioro material de sus volúmenes y el tercero por la inopia de su función consultiva. Si bien su sala siempre cumplió su cometido como espacio público de lectura, el descuido de sus anaqueles hizo que se diluyera su rol en la difusión, preservación y uso del patrimonio bibliográfico. Sin nombre e investida por el sigilo de su anonimato, la biblioteca se replegaba en la ilusión de un mundo inmóvil.

A partir de 1983, con la definitiva recuperación de la democracia en Argentina, la Casa cobró nueva vida. Sin embargo, y con excepción de una modificación parcial del mobiliario, de la instalación de un nuevo sistema de iluminación y de una nueva catalogación de sus existencias a fines de 1998, durante las últimas tres décadas y ante las urgencias de la reconstrucción democrática, la biblioteca no sufrió, en esencia, cambios significativos. Los libros que se incorporaron durante ese tiempo procedieron, en su mayoría, de donaciones particulares y sólo eventuales mientras que el criterio de la acumulación informe seguía rigiendo el devenir de sus anaqueles.

No será sino con su reinauguración en marzo de 2011 que la Biblioteca “Julio Cortázar” asistirá a su pequeña gran evolución: no sólo recibirá un nombre –el de uno de sus más antiguos y notables residentes–, sino que será refundada y completamente reorganizada con un criterio específico de valoración bibliográfica. Por cierto, a partir del último cuarto del siglo XX, el conocimiento científico ha sido objeto de un intenso proceso de especialización y autonomía en disciplinas y subdisciplinas que nos ha obligado a repensar la práctica de la investigación y la circulación de sus resultados. Frente a ello, reconstruir la biblioteca de la Casa para este nuevo siglo implicó sustraerla de cualquier acopio impreciso y proporcionarle una identidad. Además, recordemos que con el surgimiento de internet, la dimensión simbólica de la lectura en papel como único acceso al conocimiento comenzó a sufrir fuertes modificaciones cuyos resultados son aún imprevisibles. Lejos quedó la época en que los residentes esperaban con avidez la llegada a la biblioteca de los periódicos argentinos –hasta fines de los años 1980, por lo general, con una semana de retraso– para informarse de lo que sucedía en su país. La cosa impresa, a diferencia de lo que ocurría décadas atrás, debe ahora compartir la transmisión de la información y del saber con otros soportes. Así pues, la permanencia del objeto-libro en una biblioteca argentina que busca contribuir a la difusión de su cultura en suelo francés sólo puede obedecer a criterios rigurosos, alejados del fetichismo de la mera preservación. Precisamente en septiembre de 2008 comenzó el largo proceso de selección y sustitución bibliográfica a través del cual se decidió convertirla en un espacio destinado exclusivamente a la literatura y a las ciencias humanas y sociales de Argentina. En primer lugar, se ha conservado, naturalmente, la totalidad de los antiguos volúmenes que respondían a esta premisa y que fueron ingresados desde su fundación. Muchos de ellos, asimismo, fueron restaurados para hacer efectiva su consulta. Por otro lado, gracias al asesoramiento de la Biblioteca Nacional de Maestros de Buenos Aires, al de la Biblioteca de la Ciudad Universitaria de París y al aporte de muchas universidades y editoriales argentinas que donaron gentilmente buena parte de su acervo, se incorporaron más de 5.000 impresos argentinos publicados en los últimos años –entre libros y revistas científicas– que actualizan y demuestran el importante flujo de ideas que hoy domina en la investigación de nuestra región.

 

El catálogo se encuentra disponible en la Biblioteca,

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